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miércoles, 9 de mayo de 2012

LA PALABRA Y EL SILENCIO




Empatía y compasión, la primera no puede existir sin la segunda y viceversa. Para ser más precisa, la compasión no puede desarrollarse sin practicar la empatía. No es imperioso que se viva en carne propia la experiencia dolorosa del otro para saber qué es lo que está sintiendo, pero al ser el camino más difícil, la mayoría de las veces se ignora. No es imposible que quien no haya perdido un hijo entienda lo que se siente, pero practicar la empatía hasta tal punto llega a ser tan trabajoso y doloroso, que casi siempre se toma el camino fácil, el que da como producto la frase de “no puedo imaginar lo que estás sintiendo”. Frase sincera y acertada por lo demás.
Ya que no conocemos ser vivo alguno que no haya pasado o que no vaya a pasar por la experiencia de la muerte, entonces la muerte es parte de la vida, esto es un hecho. Al ser un hecho deberíamos también educarnos sobre ella, sobre qué es la muerte, sobre cómo morir, sobre cómo tratar el tema de la muerte, o al menos, sobre cómo comunicarnos con quien está viviendo en primera persona la muerte de un ser amado. Debería ser nuestro deber. Ya que NO hacer daño a otros debería ser nuestro deber, entonces también debería ser nuestro deber aprender cómo tratar a quien se está alejando de quien ama por el resto de esta vida. Si no somos capaces de ayudar al otro a que esté mejor con lo que decimos, al menos deberíamos procurar no dañarlo con lo que decimos y elegir el silencio o la sinceridad de la frase “no sé qué decirte, pero estoy acá”.
En todo este tiempo desde que mi hijo se fue, sin duda la mayoría de las palabras que he recibido me han trasmitido amor y fortaleza, sin embargo también he tenido que tolerar frases que ofenden y duelen, más aún cuando esa no ha sido la intención, porque reconozco tras esas frases una ignorancia total sobre el tema de la muerte, sobre cómo enfrentarlo y una apatía completa frente a quien está pasando por un período sensible respecto de la muerte. Considerando que me reconozco fuerte, pienso: si estas frases me afectan, cuánto más podrán afectarles a otros!. Y sufro imaginándolo. Sufro tanto pensando en cómo podrían sufrir los demás frente a estas frases que a mí me duelen, que quisiera que todos aprendieran qué decir, qué no decir y cómo callar en cada momento.
Sería por tanto aconsejable, no dirigir a quien está sufriendo, ninguna frase o palabra que nosotros no querríamos escuchar en una situación similar. El ejercicio es así de simple: pensar unos segundos antes de hablar… Si muriera mi madre, mi padre, mi hermano, mi hermana, si mueriera mi hijo o mi hija, mi amiga o mi amigo, incluso si muere mi mascota, ¿querría yo escuchar frases como “tienes que dejar de pensar en eso”, “deja de sufrir”, “la vida sigue”, “eres joven aún”, “tienes que distraerte”, y un largo etcétera de frases indolentes como estas?.
Si estoy sufriendo, porque inevitablemente se sufre, por la muerte de un ser amado, ¿querría yo escuchar frases como esas? Tu madre, tu padre, tu hermana, hermano, tía, tío, sobrina, sobrino, amiga, amigo, abuela, abuelo, tu mascota, y sobre todo tu hija o tu hijo, son seres irremplazables, inigualables a ningún otro. No querría escuchar después de haberlos perdido, que “la vida sigue”, o que “tienes que pensar en otras cosas”, etc. La vida sigue, por supuesto, aunque a veces me duela, por supuesto que la vida sigue, no necesitamos que nos lo recuerden en medio del dolor de perder al ser amado. Porque cuando se va de nuestro lado un ser amado, debido a la muerte, se abre en el pecho una herida invisible a los ojos, pero evidente incluso en múltiples síntomas. Esa herida hace muchas veces latir demasiado rápido el corazón, tanto que puedes sentir que sale del pecho, esa herida quema, esa herida duele, en esa herida está enterrada una lanza justo en el medio y esa lanza permanece ahí más tiempo del que queramos, porque es una herida que cierra lentamente, pero que inevitablemente duele.
 Así que si no somos capaces de sentir compasión por el otro al punto de sentir su dolor como si fuera nuestro; si ni siquiera somos capaces de practicar la empatía para intentar al menos comprender racionalmente como se siente el otro; en el peor de los casos si ni siquiera podemos ponernos un segundo en el lugar del otro, al menos cuidemos nuestras palabras hacia ese ser que está sufriendo. Si nos parece demasiado trabajo ponernos en el lugar del otro, al menos meditemos un par de segundo cuáles son las frases que NO necesitaríamos escuchar si muere quien más amamos, y sobre todo cuáles son las frases que nos harían daño y evitémoslas a como dé lugar.
¿Qué querría escuchar si muere quien más amo y qué preferiría que callaran?. Es un simple ejercicio que puede evitar que la herida del que está sufriendo sea aun más profunda.

Entre La Palabra y El Silencio, a veces el segundo es más valorado cuando la primera es un cuchillo.

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